El modelo sistémico se distingue claramente de los demás modelos de la intervención psicológica, porque su unidad de análisis es el sistema y no el individuo. La noción de sistema implica un todo organizado que es más que la suma de las partes y se sitúa en un orden lógico distinto al de sus componentes. Se define por sus funciones, estructura, circuitos de retroalimentación y relaciones de interdependencia. Aplicada a la familia y a la pareja, supone entenderla como un todo organizado en el que cada miembro cumple una función, y con sus acciones regula las acciones de los demás a la vez que se ve afectado por ellas.
Sus bases conceptuales no son ni la conducta individual, ni la personalidad y sus rasgos, sino el sistema familiar como un todo, como un organismo estructurado e interdependiente que se comunica con unas pautas de interacción, y en las que el individuo solo es uno de sus componentes, de ahí que su valor tiene que ver con la función y la posición en el sistema.
Los síntomas desde esta perspectiva, son vistos como parte del patrón comunicacional de la familia y por tanto una característica del sistema y no únicamente del que lo manifiesta. Por ello, desde este modelo teórico, la intervención terapéutica debe estar dirigida hacia el patrón interaccional en el que el síntoma cobra sentido y significado.